Uno de los primeros congresos interregionales del continente entre amautas, yatiris y kolliris altiplánicos con sus homólogos de las tierras bajas, se realizó durante la conquista de la región amazónica por parte del estado de Tiwanaku, en la época prehispánica, alrededor del año 800 d.C.
Tras una dura batalla en que vencieron los aymaras, el ejército de Chachapuma ingresó a Tutiriboye, metrópoli del jefe Boroboho (probablemente Leco), donde los médicos de ambos grupos, además de curar a los heridos de los dos bandos, se reunieron para intercambiar sus métodos curativos para heridas punzantes, fracturas, cirugías de cráneo, fiebres y otras enfermedades.
La recopilación, evidencia un avanzado conocimiento de la medicina con el uso de hierbas y animales medicinales, como khentu, coca, chusichusi, matico, cera de abeja, leche de caucho, grasa de uthuturuncu, papahine, taytutá (avispa ollero), chayi (comadreja), oso hormiguero, sanguijuelas, irujichu (paja brava), parhuaya (cabello de maíz), kallisaya (quina), chicosilla, taytetu (topo) y huaylla, entre muchos otros.
El congreso fue rescatado de la tradición oral por el historiador Víctor M. Ibáñez en su novela Chachapuma (El hombre león), publicada en 1919, en que refiere la conquista de los guerreros aymaras a la zona tacana, donde estaban los llamados Kenallatas y Tutirihuaras.
El Congreso
Después de la contienda bélica, desde el primer momento de la ocupación y restablecido el orden, el caudillo indígena Chachapuma dispuso que de inmediato se levantasen carpas (hospitales) por parte de los “amautas (yatiris y kollriris) y los tat-tapués (sabios, sacerdotes y médicos) entre los salvajes” para atender a los heridos de guerra y a todos los enfermos, tanto de los ejércitos combatientes como de la población civil.
El autor del libro no oculta su asombro por los extraordinarios métodos de curación que se empleaban en aquellos remotos tiempos, utilizando, entre otros elementos, hierbas medicinales y grasa de animales, que aún a principios del siglo XX, eran de utilidad en la vida práctica en diferentes lugares del país y que siguen siendo usados en la actualidad.
El evento fue precedido por el encendido de una hoguera en la que los galenos espolvorearon resinas de copal e incienso. Luego procedieron al acullico (masticado de hojas de coca) y a realizar oraciones acompañadas de clamores y conjuros para ahuyentar a los espíritus malos.
Nos encontramos en uno de los carpones de la ambulancia, destinado exclusivamente a los individuos heridos por armas punzantes, dardos, picas, etc. Están allí los pacientes recostados en amplios entarimados y barbacoas construidos de corteza de chiru y chuchihu sobre tiquilis (palcas) plantados en el suelo. Momentos antes habían entrado al recinto ambas secciones del servicio de sanidad; y eran hasta doce viejos, de aspecto grave entre indígenas y salvajes, llevando los segundos tipoyes de cáscara de almendro pintarrajeados, una especie de turbantes en la cabeza y además los seguían varios ayudantes o aprendices, niños provistos de asayés (bolsas tejida de palma) repletos de medicamentos, y no así los yatiris que a más de sus gorros con amplias cubre orejas, sus grandes ponchos laboreados con mil tticas (adornos o figuras) colocados en el cuerpo graciosamente, solo llevaban personalmente y colgado del hombro un capucho o mari rellenado de hierbas, raíces y otras chucherías con que aún en la actualidad pretenden curar los kallahuayas. Había en aquel estrecho almacén el huntu (grasa de los riñones de llama), lanas teñidas de diversos colores (tticas), los chiuchis (figurillas diminutas), el huaminunchi (para el mal de amores), el iquiñkcullu, el sebo del uthuruncu (especie de lagarto) y otros mil chismes que sucesivamente iremos conociendo (Ibáñez, 1919: 212).
Posteriormente, los médicos se dividieron en dos grupos para atender los aymaras a los enfermos de la derecha del galpón y los tacanas a los de la izquierda y observaron los que sanaban con mayor rapidez, de acuerdo al sistema de curación empleado.
Tratamiento de heridas punzantes y fracturas
Las heridas punzantes, producidas por armas como dardos o picas, se curaban, por parte de los aymaras, infiltrándolas con agua de khentu (zarzaparrilla y también hojas de malva), para desinflamarlas y provocar la supuración de pus, colocaban emplastos de carne fresca sobre las llagas recubriendo todo con hojas frescas del mismo khentu y alisándolo con una tira de lienzo. “Repárase esta operación todos los días y es seguro que poco a poco viene criándose la carne nueva y naturalmente la cicatrización” dice Ibáñez.
Los selvícolas, según el tat tapué, primero buscaban pedazos de dardos incrustados para extraerlos, lavaban luego con agua de matico y vertían en las llagas el jugo gomoso extraído de la guía del chusichusi del monte para desinfectar y curar las heridas colocando después compresas de cera de abeja.
Para tratar una fractura, los altiplánicos encajaban primero las partes del hueso roto en su respectivo lugar y aplicaban cataplasmas calientes de chillca, luego de desinflamado, realizaban un vendaje con argamasa o engrudo de harina de cebada y papa mezclada con el zumo de penca. “A las seis semanas más o menos, se quita el revestimiento de la masa y el vendaje, rociándoles consecutivamente con agua tibia e inmediatamente se lava el miembro en curación siempre con agua de chillca, ayudando a la completa sanidad con fricciones muy suaves de grasa de uthuruncu y emplasto de hojas de huaylla o de chillca calendándolas al rescoldo”.
Los selváticos rociaban agua de khentu cernida en arenilla del río con el agua hervida de siete helechos silvestres. Desaparecida la hinchazón, se unían las fracturas y se aplicaba cera de abejas extendida sobre hojas de patajú o banano, perforadas con púas de espino para hacer porosos dichos parches, a efecto de provocar la “trasudación libre de los elementos orgánicos de emanan por los poros de la piel, recubríanse luego con baños de la leche de siringa (caucho), que se convertía en un vendaje por un mes y medio”, luego del cual se friccionaba el miembro con grasa de anta caimán y mono manechi.
Cirugía de cráneo
No deja de sorprender una descripción de la cirugía de cráneo que realiza un tat tapué, dejando asombrados a los yatiris altiplánicos.
El médico comienza explicando lo delicada de la cirugía tras la contusión por efecto de un fuerte golpe o caída que puede tener un desenlace fatal.
Si existe fractura del hueso, es inevitable su sustitución con otra materia. Para el efecto, tiéndese al enfermo sobre una talta al aire libre y en la sombra, hacésele picar en la base de la nuca, en la espalda y en ambos brazos y piernas con la avispa ollero (taytutá), cuyo veneno aletarga e insensibiliza completamente al individuo. Inmediatamente se corta la piel del lugar afectado, extirpando luego los huesecillos fracturados, raspando además los contornos y cercenando las salientes o fijos del lugar lesionado; inútil es decir que las venas comprometidas por los cortes del cuero cabelludo se amarran con finísimos tendones del chayi (comadreja) o del oso hormiguero, para evitar los derrames de sangre. En seguida se procede a medir la cavidad que se ha de sustituir, remarcándola con cera, la que pasa a manos de los artistas tutumeros, quienes se encargan de cortar con exactitud admirable el pedazo de tutuma o poro que ha de reemplazar al hueso triturado; cócese encima la piel untándola con zumo de chusichusi, y queda terminada la operación. Para hacer volver de su letargo al operado, cógense unos pececillos saludables que tenemos en los estanques y remansos del río (sanguijuelas) los que aplicados a las picaderas del ollero, chupan cierta porción de sangre al paciente (Ibáñez, 1919: 219).
El congreso continuó posteriormente con el intercambio de métodos para curar heridas, contusiones o magulladuras por proyectiles como honda, por macanas y garrotes y aliviar males como la malaria, resfríos y fiebres.
¿Existió Chachapuma?
Aunque todavía se cree que los incas fueron quienes llegaron a la zona amazónica hay evidencia arqueológica, etnohistórica y linguística de la presencia anterior de Tiwanaku y grupos aymaras en el lugar.
Según el lingüista Julio Avendaño, estos ingresos y otros posteriores de los tiwanacotas, hicieron posible la introducción de una gran cantidad de vocablos aymara en las distintas lenguas Tacana y en menor medida en las lenguas Mosetén y Leca. La presencia aymara está relacionada con varios aspectos de la vida cotidiana de estas familias selváticas, como los casos de numeración, unidades de medida, aprendizaje, religión y rituales, alimentos, vivienda, salud, danza y música, fiestas, títulos de nobleza, armas, juegos, espacio y tiempo. “Además, increíble y sorprendentemente, se encontró en la amazonia paceña aymarismos desaparecidos en el habla popular del Altiplano. Qué mejor prueba la del río Beni desembocando en el río Madera con el nombre de Omapalca (Aguas bifurcadas en aymara)” señala.
Por otro lado, además de Ibáñez, son varios los historiadores que mencionan las conquistas de la región amazónica llevadas a cabo por el legendario caudillo aymara Chachapuma (Hombre León), entre ellos, Fernando Diez de Medina y Luis Soria Lens.
Por otro lado, en Tiwanaku se han encontrado varias esculturas de piedra denominadas chachapuma, que representan a un ser humano con una máscara de puma con las orejas gachas, que con una mano porta un arma y con la otra sujeta la cabeza cercenada de un enemigo o cabeza trofeo. Tiene una de sus rodillas apoyada en el piso en señal de sumisión a la autoridad política y religiosa. Se conoce que, estas estatuas que miden menos de un metro, son representación de un oficial militar y eran los patronos de los guerreros durante el estado de Tiwanaku.
En cuanto a la expansión de Tiwanaku, los arqueólogos han encontrado que a partir del año 724 (etapa imperial), el Estado comenzó a expandirse sistemáticamente, por medios pacíficos y militares a puntos de su interés económico, ocupando no solo los valles interandinos, sino llegando a la región amazónica, donde también tuvo control político.
Víctor Ibáñez
Del autor del libro, Víctor Ibáñez, se conoce que fue de profesión militar y profundo conocedor de la lengua y costumbres de los aymaras. Asistió a la campaña del Acre y murió en la Guerra del Chaco en 1934.
En su prólogo, Ibáñez explica que recogió la historia de Chachapuma de los lugareños, reconociendo en su Prólogo, que el saber está disminuido por el pasar del tiempo: “los reflejos pálidos que irradia la tradición que ha llegado hasta nosotros deformada y raquítica, por el rodar de los siglos”.
También hay que tener en cuenta que el cronista Pedro Cieza de León dijo que los indígenas retenían en su memoria y transmitían de una generación a otra, acontecimientos de importancia: “usan de una manera de romances o cantares, con los cuales les queda memoria de sus acontecimientos, sin olvidárseles, aunque carecen de letras”, señaló.
No resulta, por tanto, imposible que algunas tradiciones, como la de Chachapuma, hayan pervivido a través de los siglos, y se hubiera podido rescatarlas incluso hasta principios del siglo XX, en que todavía estaban vivos costumbres y saberes antiguos, ya que en esa época todavía no estaba difundido el automóvil o camión como medio de transporte, ni existía electricidad en las zonas rurales.
Bibliografía
Avendaño, Julio: Tiwanaku y su idioma. Aclaración histórica sobre la cultura Qolla-Aymara. Grupo Editorial Kipus. Cochabamba, 2018.
Ibáñez, Víctor M: Chachapuma, el hombre león. Novela de costumbres indígenas del tiempo del imperio aymara. González y Medina, editores. La Paz, 1919.
Montaño Durán, Patricia: El imperio de Tiwanaku. 4ta edición. Grupo editorial Kipus. Cochabamba, 2022.
Ponce Sanginés, Carlos: Tiwanaku y su fascinante desarrollo cultural. Producciones Cima. La Paz, 2002.
https://elias-blanco.blogspot.com/2012/02/victor-m-ibanez.html