Al cierre de la reciente Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en Emiratos Árabes (COP28), sin mucha reflexión sobre los resultados, pero sin temor a equivocarnos podemos hacer algunas conclusiones que realmente no tienen por qué sorprendernos.
Este tipo de espacios son los pocos que existen en el escenario internacional donde naciones de bajos ingresos o pueblos originarios tienen la oportunidad de sentarse en la mesa a discutir con líderes de las potencias globales.
Es inaceptable, por ejemplo, la ausencia de los representantes de los estados insulares del Pacífico (afectados desproporcionadamente por el aumento del nivel del mar) en la negociación final; o escandalosa la forma en que los representantes de los intereses de la industria de los combustibles fósiles superaran en número a la mayoría de las delegaciones individuales de los países.
Considerando los dos puntos anteriores, por un lado, el acuerdo histórico del fondo de “pérdidas y daños” para los países más vulnerables que están soportando la carga del cambio climático mencionado en la pequeña nota anterior, parece más una concesión simbólica que una acción real.
Al cierre del evento, el fondo había recaudado 429 millones de dólares mientras que los daños en los países más vulnerables se estiman en 400 mil millones; por ejemplo, la contribución de los Estados Unidos de América es mínima si se considera que es el mayor contribuyente a las emisiones acumuladas de gases de efecto invernadero.
Solo para África, el Centro Europeo para la Gestión de Políticas de Desarrollo, estima que el déficit de financiación climática oscilará entre 200 y 400 mil millones de dólares. Se lanzaron algunas alianzas público-privadas para energías renovables, sistemas de alerta temprana y sistemas de seguridad alimentaria, además de una iniciativa de “bancos Verdes” del Banco Africano de Desarrollo, sin embargo, el contenido presupuestario de estas iniciativas sigue siendo deficiente.
Por otro lado, respecto a los migrantes climáticos, debemos recordar que ya desde el primer informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de 1990 se reconoce que los efectos más graves pueden ser los de la migración humana.
Se estima que para el 2022, 32,6 millones de personas se vieron desplazadas dentro de sus propios países por desastres naturales asociados al clima.
Sin embargo, las personas desplazadas por estos efectos no son reconocidas oficialmente como refugiados según el derecho internacional. Si bien es cierto esta COP reconoció la necesidad de formular políticas y planificar el desplazamiento y reubicación planificada, las urgencias, complejidades e intersección de los cambios ambientales y la migración siguen sin explorarse particularmente a nivel de los países, de ahí la urgente necesidad de contar con los representantes de los Estados insulares del Pacífico en la negociación final. Solo podemos esperar que el Foro Mundial sobre Refugiados por celebrarse acelere esta discusión.
Debemos mencionar que, a pesar del panorama un tanto sombrío, la COP28 facilitó debates asociados a la intersección entre la Inteligencia Artificial (IA) y la sostenibilidad que podría ser vital para la mitigación y adaptación al cambio climático, por ejemplo, gracias a su potencial para pronosticar fenómenos meteorológicos extremos, descubrir materiales más amigables con el ambiente y aumentar la eficiencia de las redes eléctricas.
Ahora debe ampliarse la discusión respecto a la huella ambiental de la IA para que no intensifique las emisiones de gases de efecto invernadero, reduzca el consumo de energía, agua y que la extracción de algunos recursos no afecte desproporcionadamente a comunidades pobres o vulnerables.
Finalmente, dada la inefectividad de los gobiernos para traducir el lenguaje diplomático en acciones prácticas adecuadas, el lenguaje de la COP28 respecto a la transición de los combustibles fósiles es un hito en la evolución de las normas globales. Por ejemplo, se incorporó el compromiso de triplicar la energía renovable para el 2030 que, aunque ambicioso tiene plazos determinados y es factible.
La prueba definitiva de la COP28 es cómo afectará/influenciará las estrategias de inversión pública y privada en todos los países del mundo en los próximos años lo que aún requiere muchas formas de acción decisiva. Para esto, tanto los bancos multilaterales de desarrollo como el Banco Mundial deben renovarse para ser mejores, sobre todo más audaces para que tanto la justicia como la equidad dejen de estar en el segundo plano.