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Foto: Innova Labs en Pixabay

Informe de Desarrollo Humano 2024: el mundo al borde del abismo

03 abril, 2024 | Ricardo Changala

El informe de desarrollo humano dado a conocer en marzo de 2024 por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo PNUD afirma que, al tiempo que la humanidad disfruta

 “…de una riqueza y una tecnología desorbitadas -inimaginables para nuestros antepasados- que podrían impulsar opciones audaces y necesarias para la paz y para el desarrollo humano sostenible e integrador”, nos encontramos “…siempre al borde del abismo, un castillo de naipes socio ecológico…con violaciones en cascada de los derechos humanos y las masacres descaradas de personas en sus hogares y lugares de reunión social y en hospitales, escuelas y refugios”.

Según un informe de The Lancet publicado en febrero de 2024, en las últimas tres décadas, la tasa de obesidad se ha cuadruplicado entre los niños y duplicado entre los adultos. La prevalencia combinada de peso debajo de lo normal y obesidad en adultos aumentó en 162 países.

Paralelamente, UNICEF con datos del año 2022, afirma que 149 millones de niños y niñas menores de cinco años sufren desnutrición crónica y 45 millones padecen desnutrición aguda, De acuerdo a la Organización Panamericana de la Salud (OPS),  43,2 millones de personas sufren hambre en América Latina y el Caribe. En 2022, 247,8 millones de personas en la región experimentaron inseguridad alimentaria moderada o grave.

Además, en el mundo,  aproximadamente el 13 % de los alimentos producidos se pierden entre la cosecha y la venta minorista, al tiempo que cerca del 17 % de la producción total de alimentos se desperdicia en los hogares

Desnutrición, obesidad y desperdicio de alimentos conviven en este mundo, muestra evidente de la desigualdad y exclusión imperante.

Mientras, como señala el informe del PNUD comentado, la tecnología y la capacidad de producción de alimentos permitiría atender sin problemas a todas las personas que habitan el planeta, la realidad es que una parte de la población accede a muchos bienes y otra parte a muy poco o casi nada.

Corresponde entonces preguntarse las causas de esta realidad o al menos intentar encontrar algunas líneas explicativas.

Una constatación que merece destacarse que asumir que la tecnología por sí misma no puede modificar la realidad, ya que su desarrollo y aplicación depende de factores políticos, económicos y sociales.

De hecho, la tecnología, su acceso y distribución, también es parte de la desigualdad imperante en el planeta.

Ello se observa claramente en el mundo del trabajo, donde buena parte de las modificaciones normativas que se producen en tiempos reciente son de cuño neoliberal, desregulador de las protecciones establecidas por el derecho del trabajo, a pesar de los avances tecnológicos digitales que permitirían mejorar las condiciones laborales.

Al contrario, las nuevas tecnologías  se transforman en herramientas de limitación de derechos, en lugar de liberación del tiempo y mejora de condiciones de trabajo, muchas veces envuelta en un paquete de falsa independencia, autonomía de generación de ingresos, negando la existencia misma de las relaciones de dependencia.

Para el PNUD, entre las causas de esta realidad, el informe enfatiza en el “…dogma metastásico de no intervención oculta el asalto a los recursos comunes económicos y ecológicos…”  con las políticas e  instituciones -incluidas las que han gestionado mal la dinámica del mercado globalizado- que prefieren el «yo» al «nosotros».

La “no intervención” estatal y el individualismo extremo son señas evidentes de la intencionalidad de desmontar las estructuras del denominado Estado de Bienestar, que, aunque en muchos lugares jamás llegó a instalarse, en los países centrales ha predominado durante décadas.

A diferencia de lo imaginado a mediados del Siglo XX, el desarrollo capitalista no parece tener lugar para todas las personas ni todas las culturas si pretende continuar con la generación y aumento del lucro de forma creciente e incesante.

Por tanto, el andamiaje normativo, institucional, social y cultural organizado en torno al concepto de Estado de Bienestar, es totalmente disfuncional a los intereses hegemónicos, por lo que se busca eliminarlo, sea por vías democráticas o por otras vías autoritarias y violentas.

En la actualidad, lo que vemos y escuchamos casi todos los días, desde diversos expositores, es un cuestionamiento al Estado, las políticas públicas y la protección de derechos, con acciones concretas que se colocan en las antípodas de los estándares reconocidos en los instrumentos internacionales y también en normas regionales e incluso nacionales.

Tal es el caso de los derechos laborales, individuales y colectivos, que desde siempre han tenido opositores, en general provenientes del sector empresarial, con la argumentación de ser rémoras o anclas para el desarrollo económico.

Algo similar podemos ver con los ataques constantes a los derechos de las mujeres a partir del latiguillo de la “ideología de género” cuyo concepto nunca queda muy claro pero que, al final, termina siendo negación de derechos a las mujeres y contra la diversidad sexual, etc.

También es el caso de los pueblos y comunidades indígenas.

Luego de los notables avances registrados a nivel global y regional desde el año 1989, que en el caso de América Latina se expresó también en leyes y constituciones, en la práctica el presente exhibe un notable retroceso sobre todo en la apropiación de sus tierras y recursos naturales aún contra legislación protectora.

Es una clara reafirmación de tres características fundacionales del sistema capitalista: patriarcalismo, colonialismo y explotación económica sin límites.

Como implícitamente surge del informe de desarrollo humano comentado, ya no se trata de defectos o limitaciones del sistema económico, social y político dominante: la  desigualdad y la exclusión de gran cantidad de personas son características provocadas, son parte del sistema tal y como se lo pretende consolidar.

Es fundamental partir de estas premisas, si se pretende modificar el actual panorama.

El mismo documento del PNUD ensaya algunas propuestas al respecto, entre ellas, que, aunque no atienden las causas profundas de los problemas detectados, no dejan de ser, en forma y contenido, planteos nada habituales considerando la agencia que los manifiesta.

Una de los ideas es reclamar a los Estados y en general a quienes tienen capacidad de incidencia, es la denominada “…propiedad común”, que  consiste en “…distribuir equitativamente el poder de fijar objetivos colectivos, las responsabilidades de perseguirlos y los resultados previstos…haciendo…hincapié en la formación de normas sociales que cultiven el valor de los logros colectivos y el comportamiento cooperativo”.

Otra idea planteada es la de “…construir una arquitectura del siglo XXI para los bienes públicos mundiales…que “…tendría como finalidad realizar transferencias de los países ricos a los más pobres que promuevan objetivos que beneficien a todos los países. Todos los países tienen la oportunidad de opinar y de contribuir. Como tal, esta tercera vía es intrínsecamente multilateral”.

El Informe también sugiere otras medidas como nuevos mecanismos financieros que complemente la ayuda humanitaria y la ayuda tradicional al desarrollo de los países de renta baja; también, la reducción de la polarización política mediante nuevos enfoques de gobernanza centrados en potenciar la voz de los ciudadanos en las deliberaciones y atajar la desinformación.

Más allá de la viabilidad y pertinencia de estas recomendaciones, lo que importa destacar es que desde la ONU, ante el abismo en que el mundo se encuentra, se pretende buscar salidas por una vía diferente al extremo liberalismo, individualismo y promoción de la lógica belicista hoy imperantes en el discurso mayoritario.

Solo ello, es un aporte a tomar en cuenta para analizar la realidad actual y el futuro de la humanidad.