El 22 de enero de 2024, la Alcaldía del Común de Izalco, realizó una peregrinación por las fosas comunes donde se encuentran los restos de los masacrados durante el levantamiento y posterior genocidio en 1932.
A 92 años de este hecho que transformó El Salvador, aún no se ha dado un esclarecimiento; por eso el número supuesto de las víctimas oscila desde unas 5,000 a unas 30,000.
Tuve en mis manos, un documento, supuestamente auténtico, donde estaba la orden del entonces Presidente, el General Maximiliano Hernández Martínez destinando el armamento que según mi memoria (no me permitieron copiar el documento) eran: 6 ametralladoras Hotchkiss con una dotación de 3,000 municiones cada una, y gafas para el equipo que la operaba; unos 400 fusiles Mauser con municiones etc.
Por cierto, en aquella época se ¨estrenaron¨ unas subametralladoras, Steyr-Solothurn de fabricación austríaca, las mismas que en su momento usaron las tristemente célebres ¨SS¨ de Adolf Hitler, personaje admirado por el General Martínez; todo un lujo de armamento a costa de los mismos que saldrían ¨favorecidos¨ con la profusa repartición de balazos.
En una de las fincas de Nahuizalco, el dueño mandó a llamar a las mujeres indígenas del cantón Tajcuilujlan para que le cocinaran a la tropa y luego mandó a llamar a los indígenas ¨con todo y papeles de sus propiedades¨.
Llegaron unos 580 a quienes amarraron y llevaron a la orilla de unas fosas que ellos mismos, los indígenas, habían cavado unos días antes.
Como todos fueron asesinados, las mujeres no pudieron defender sus propiedades y la hacienda de ese terrateniente creció a costas del genocidio. Años después sus descendientes, utilizarían una pala mecánica para borrar esa fosa común ya que se había convertido en un lugar de peregrinación de los indígenas.
A don Agapito (que en paz descanse) se le nublaba la vista al hablar de esa masacre: ¨mi vida fue bien triste; quedé huérfano después de 1932¨, decía mientras sus manos, ya de más de 90 años, temblaban. ¨Perdóneme tatanoy, no quise recordarle cosas tan tristes¨ alcancé a decirle ya con un nudo en la garganta.
¨…Somos un pueblo que ha sido sometido al exterminio cuyos hechos más conocidos se ubican en el genocidio de 1932 donde nuestras comunidades sufrieron graves masacres…Por eso, somos un pueblo en resistencia y nos negamos a morir (…) Tenemos derecho a existir y a continuar con nuestra semilla, a reproducirnos como se reproduce este maíz. Estas son nuestras montañas, éstos nuestros ríos, esta es nuestra Madre Tierra, por eso necesitamos hacer ley la palabra justa, esa palabra que danza con las fuerzas del cosmos, con la sabiduría del movimiento inteligente, con la armonía”.[1]
En 2019 por primera vez, interpusimos una demanda ante la Corte Suprema de Justicia, por el genocidio de 1932.
Mientras estábamos presentando el escrito, uno de los líderes indígenas buscó un asiento y rompió en llanto: ¨cuántos abuelos soñaron con este día y hoy ya no están¨.
En 2021 la demanda fue aceptada por la Corte quedando pendiente el desarrollo y conclusión de este proceso. En este ínterin, y habiendo anunciado lo del proceso por Facebook, quince minutos después, tuve una llamada telefónica de un bisnieto del General Martínez y pudimos conversar desde nuestras opuestas perspectivas. Al parecer, el objetivo de la llamada fue justificar a su antepasado.
Alguien me dijo: ¨eran los métodos de la época¨ a manera de justificación del genocidio.
Si, era el método de Mussolini en Etiopía usando armas químicas y hasta napalm (no, el napalm no se estrenó en Vietnam) y del imperio japonés en Nankin donde los oficiales japoneses hacían apuestas de cuántas cabezas coleccionaban usando sus legendarias katanas en un macabro remedo de las hazañas de los antíguos samurai.
El Salvador de entonces, fue de los pocos países (junto con la Alemania nazi y la Italia fascista) que reconocieron la ¨República del Manchukuo¨ que fue una república títere en la China ocupada por el imperio japonés.
Los cuerpos de los masacrados se acumularon en los alrededores de El Llanito, Izalco, y cada invierno, a la par de los sapos de Tlaloc anunciando la lluvia, surgen las osamentas como duras preguntas sin respuesta.
Dicen que El Salvador fue poblado por nuestros antepasadas y antepasados, hace unos 15,000 o 10,000 años.
La Cueva del Espíritu Santo en Morazán, que posee unos petrograbados impresionantes, probablemente data de esa fecha. Hubo pueblos de filiación nahua y maya aunque la cultura maya perduró hasta el 800 de nuestra era (El sitio sagrado de San Andrés fue maya hasta el Siglo IX de nuestra era y al parecer, fue el reino maya más sureño que tuvieron), luego, sólo hay referencia de los chortíes en el departamento de Chalatenango y los pokomames en Chalchuapa.
Un punto de inflexión fue la erupción del volcán de Ilopango la cual ha sido una de las erupciones más violentas en la historia de la humanidad.
Dicen que se produjo una nube piroclástica de varios miles de grados de temperatura que en fracción de segundos, desintegró a los pobladores que estaban a unos cuantos kilómetros a la redonda y se cubrió buena parte del territorio, de una capa de varios metros de ¨tierra blanca¨ entre otros efectos.
También se dice que se cubrió de ceniza toda la atmósfera del planeta, provocando la famosa ¨edad oscura¨. Esto cambió bastante el panorama pero el territorio fue repoblado paulatinamente. Acaso los mitos fundacionales consignan estos eventos volcánicos como narra el Popol Vuh, aludiendo a que llovió trementina y fuego desde el cielo, quedando únicamente los monos como restos de esa antigua humanidad.
Dicen que los pueblos lencas se asentaron en la zona oriental de El Salvador (seguramente vinculados a los lencas de Honduras) y ocurrieron varias migraciones de los pueblos nahuas a partir del 600 DC de tal manera que surgieron varios señoríos en la zona occidental y paracentral del territorio.
Estos pueblos nahuas fueron los que entraron en batalla contra los españoles, siendo en la batalla de Acaxual donde el tristemente célebre Pedro de Alvarado, sufrió una herida, probablemente de un dardo de atlatl cuya punta de obsidiana se fragmentó, causándole una infección y quedando con esto, su pierna afectada más corta que la otra.
Grave fue su venganza ya que, según Fray Bartolomé de las Casas, habiendo exigido oro el tal don Pedro, los nobles nahuas le entregaron varios cientos de hachas elaboradas de tumbaga (mezcla de cobre con oro) ante lo cual, mandó a herrar en la frente a dichos nobles a manera de esclavos.
Uno de los ejes centrales de la historia de los pueblos indígenas de El Salvador, ha sido la tierra.
Con la organización de los pueblos por parte de los españoles, se destinó una porción de tierra a los indígenas ¨de manera permanente e inalienable¨.
Desde luego, fue alrededor de esta tierra que el indígena se organizó. Varias veces los indígenas tuvieron que defender sus tierras.
La época colonial otorgó, vía cuerpos legales como el Libro VI de las Leyes de Indias, ciertos derechos a los pueblos indígenas; pero seguramente tuvieron que luchar en lo judicial para mantener y defender estos derechos, especialmente las tierras comunales y ejidales.
Virginia Tilley, en su libro ¨Seeing Indians¨ registra más de 40 levantamientos durante y después de la colonia. Según Severo Martínez Peláez, los ¨motines de indios¨ en el área mesoamericana durante la colonia, ocurrían principalmente por los impuestos excesivos que sufrían los indígenas.
Dicen que la estocada al corazón de los pueblos indígenas fue la supresión de las tierras ejidales en 1880. Esto fue devastador, generando profundos problemas de pobreza a los indígenas y desarticulando su cohesión organizativa. También fue ésta, una de las causas, junto con otros factores internacionales (como la crisis de 1929), del levantamiento de 1932, el cual, por cierto, se desarrolló en la misma forma que se desarrollaron los aludidos ¨motines de indios¨ en la época colonial.
El Estado emitió una amnistía perdonando a los perpetradores en prácticamente cualquier delito realizado en el marco de ¨reprimir el levantamiento comunista¨
Las abuelas izalqueñas narran cómo, después de haber sido violadas, les arrancaban los refajos y los exhibían amarrados a unas varas a manera de banderas de triunfo.
Hubo un silencio total sobre el genocidio, volviéndose tabú el referirse al tema. Los pueblos indígenas quedaron en una dualidad esquizofrénica, pues mientras se tendía a invisibilizar o negar a los indígenas, las expresiones culturales de éstos se volvieron representativas del patrimonio cultural.
Así es nuestra república ladina.
Dicen que la guerra civil de 1980-1992 reavivó esa vulnerabilidad de los pueblos indígenas pues sufrieron varias masacres, la más conocida fue la de Las Hojas, San Antonio del Monte, en 1983 donde varias decenas de indígenas fueron torturados y asesinados.
Aún está pendiente el cumplimiento de una resolución emitida por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. La Reforma Agraria de inicios de los 80s no benefició a los indígenas y en los Acuerdos de Paz, el tema de pueblos indígenas no se tocó.
Dicen que, en la actualidad, tenemos tres pueblos indígenas: los nahuas, los lenca y las cacaoperas o kakawiras. Prácticamente no se tienen datos estadísticos de los pueblos indígenas aunque, según algunas fuentes, pueden constituir el 12 por ciento de la población de El Salvador.
Dicen que de unas 17 constituciones que hemos tenido, prácticamente ninguna trató el tema de los pueblos indígenas, a excepción de una constitución federal de 1921 (que hablaba sobre la incorporación de los ¨indios¨ a la agricultura y la industria); pero esta constitución sólo duró tres meses.
No fue sino hasta 2014 que la constitución reconoció por primera vez a los indígenas en el inciso segundo del artículo 63: “El Salvador reconoce a los pueblos indígenas y adoptará políticas a fin de mantener y desarrollar su identidad étnica y cultural, cosmovisión, valores y espiritualidad.”
La Ley de Cultura (aprobada en 2016) posee un capítulo con algunos derechos culturales de los pueblos indígenas y se tienen 12 ordenanzas municipales que recogen los principios de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas y otros derechos particulares de las propuestas provenientes de las mismas comunidades indígenas.
El actual Plan Cuscatlán, como plan de Gobierno, contempla el tema de pueblos indígenas e incluye una Política Nacional de Pueblos Indígenas. Además se estableció por ministerio de ley, que el ente rector del tema de pueblos indígenas desde el Estado es el Ministerio de Cultura.
En consecuencia, el Estado salvadoreño ha comenzado, de manera sistemática, con una serie de importantes acciones en favor de los derechos de los pueblos indígenas.
Ha sido pues, un largo camino para lograr finalmente, el reconocimiento a los pueblos indígenas. Pero dependerá no sólo del Estado salvadoreño, sino de la sociedad civil, el que se pueda avanzar sustancialmente en el tema.
Un día de hace unos 40 años, viendo danzar a los historiantes de las faldas del volcán de San Salvador, el poeta Ricardo Lindo me dijo: ¨miralos bien, ésto se va a terminar en un par de años¨.
Actualmente, el grupo de los historiantes de San Antonio Abad, está compuesto en buena parte por niñas, niños y adolescentes, con lo que se garantiza el relevo generacional y tienen amplia presencia a nivel nacional y en las redes sociales a tal grado que se han vuelto prácticamente emblemáticos.
Ojalá que esto sea un signo positivo de lo que pueda suceder con los pueblos indígenas de El Salvador.
El autor de esta nota es salvadoreño, abogado, poeta y sacerdote maya. Entre otros textos, ha publicado el libro ¨El Reconocimiento Legal a los Pueblos Indígenas de El Salvador” que puede consultarse en el enlace https://hdl.handle.net/11715/2507
[1] Declaración introductoria de la Ordenanza de Derechos de las Comunidades Indígenas Asentadas en el Municipio de Nahuizalco, El Salvador